¡Seremos animales! /Coaching Social (Porción VI):

Coaching Social: Ese desconocido que puede hacer tanto por ti  (Aunque hoy, más que coaching, es sentido común. Al menos el mío).

Una serpiente, una cebra, una persona y una urraca van caminando por la espesura… ¡Ey, yo no camino!, dice la urraca, yo vuelo. Y yo voy al paso porque sois unas lentas, presume la cebra, porque bien podría ir al trote o al galope. Y claro, la serpiente no iba a ser menos… Yo no camino, sino que repto. ¿Eres una reptil?, preguntó la urraca, que de animales terrestres no entendía mucho. ¡¿Cómo se te ocurre llamarme reptil?! ¿Acaso no notas la diferencia entre los andares de pato mareado de los lagartos y el elegante y sinuoso contoneo de mi grácil cuerpo? ¡Con los patos no te metas, que son primos míos! ¡Vale, vale! Dijo la cebra poniendo paz. Aquí, el único animal que anda es la persona y no dice nada. Perdonad, se disculpó el ser humano, es que no estoy acostumbrado a participar en una fábula que se supone que son cuentos protagonizados por animales que hablan entre ellos. Además, cuando ha empezado este cuento, no os molestéis, pero pensé que iba a ser un chiste… Los demás animales la miraron con cara de estupefacción (sí, en las fábulas los animales pueden poner cara de lo que sea, para ayudar a entender sus emociones)… (bueno, en las demás fábulas no lo sé, pero en ésta sí, qué pasa). ¿Un chiste? preguntaron la urraca, la serpiente y la cebra a la vez. Claro, respondió la persona, el típico chiste de «va un inglés, un francés y un español…» ¡Para, para, para! Le paró (valga la redundancia) la serpiente. Antes de explicarnos por qué te parece un chiste, estaría bien que nos dijeras qué es un chiste. Y la persona se sentó en una piedra para contárselo. (y yo aprovecho para cambiar de párrafo y así podáis respirar física y mentalmente).

Una vez acomodada la persona, y el resto de los animales sentados a su alrededor, comenzó su explicación: ¿Vosotras sabéis lo que hacen las hienas?, preguntó. ¿Comerse a los cachorros de los leones? Preguntó orgullosa la serpiente. O de las cebras, ratificó la urraca… Ay, no me lo recuerdes, dijo compungida la cebra, que yo tengo un gran trauma desde que de pequeña casi me alcanza una manada de hienas. Aún tengo alguna cicatriz en el culo, con perdón. Pobre, ¿y lograste escapar? Preguntó afligida la urraca, cerrando el pico en ese momento mientras se prometía que no volvería a hacer una pregunta sin pensarlo antes. La persona fue el único animal que respondió: ¡No, no pudo escapar a tiempo! Y se echó a reír. ¡La cebra que vemos aquí es un fantasma! Y se rió con más fuerza. La urraca tenía la cabeza escondida bajo el ala, mientras la cebra y la serpiente miraban a la persona. El ofidio siseó: ¡Pareces una hiena!, persona. ¡Pues claro!, exclamó muy contenta la persona. ¡Me estoy riendo… ¿veis?, como si fuera el chiste que os decía antes! El chiste sirve para producir la risa, que es una expresión de alegría intensa y concentrada. La urraca no entendía nada, pero pensó que era porque aún estaba avergonzada por la pregunta tan tonta que había hecho. Fue la cebra la que intentó poner en palabras la extrañeza que sentían las tres: ¿Estás sintiendo un momento intenso de alegría porque la urraca ha soltado una pregunta estúpida por lo obvio de su respuesta y que además la está haciendo pasar un mal rato. ¡Claro! continuó la persona, que seguía sin darse cuenta de lo que estaba pasando. ¡Esto es humor!, y por eso me río. Pero claro, continuó pavoneándose, es algo exclusivo de los seres humanos, así que los animales no podéis entenderlo. Los otros tres animales se miraron entre ellos, sobre todo la urraca, que al tener un ojo a cada lado, lo pudo hacer con una sola mirada. Querrás decir El Resto De Los Animales… dijo muy digna y con mayúsculas la serpiente. Por favor, soltó con gran condescendencia la persona, los seres humanos estamos por encima de los animales. Ofendida, la cebra le relinchó a la cara: ¿Ah, sí? Entonces ¿cómo te explicas que estés hablando con nosotras en una fábula, eh? La serpiente y la urraca se unieron al último eh: ¿eh?, ¿eh? La persona, sin poder, y probablemente sin querer disimular su sentimiento de superioridad, lo explicó. Si estuviésemos a la misma altura, os habríais reído de la urraca cuando ha preguntado si la cebra se había escapado de las hienas cuando era cría. La cebra, que tenía un primo caballo que había vivido con personas y algo le había contado, propuso. ¿Os parece que lo aclaremos en el párrafo siguiente. Dado que hubo acuerdo, decidieron estrenar un párrafo nuevo.

Continúa, cebra, dijo la persona con el tono que cualquier especie utiliza para dirigirse a sus crías antes de enseñarles una lección. Gracias, dijo la cebra, y comenzó su razonamiento: Yo he compartido que de pequeña fui atacado por una manada de hienas y que desde entonces tengo pesadillas por el trauma. La urraca, desde una mezcla de empatía y pasión, me ha preguntado si logré escapar, y en ese mismo instante se ha dado cuenta de lo tonto de su pregunta y casi se muere de vergüenza… Y tú, ante estas dos situaciones dolorosas para nosotras, te empiezas a reír, que según vuestra RAE es un Movimiento de la boca y otras partes del rostro, Que Demuestra Alegría (como veis, volvió a usar las mayúsculas). Y por eso, como especie, te sientes superior al resto de los animales. Vamos, que te crees menos animal porque te has reído, resumió la serpiente. Lo he entendido, serpiente, y sí, sí es como me siento, sentenció la persona. La urraca, habiendo sustituido su vergüenza por una gran curiosidad, preguntó: ¿Y sobre qué suelen tratar esos chistes con los que tanto os reís y que os hacen tan superiores. La persona, creyendo ingenuamente que había demostrado al fin su preponderancia, y desde la altura que ésta le proporcionaba, se lo contó: Pues con los chistes nos solemos reír de otras razas, del sexo contrario, de los que tienen capacidades diferentes, de los de equipos contrarios, otros países o ideologías distintas… Pero vamos, siempre buscando el supuesto defecto, el tópico exagerado y, en caso de los contrarios en cuestión de equipos, países, creencias o ideologías, riéndonos de su error, fracaso, pérdida, o cualquier elemento que le produzca dolor.

¿Sabes, persona? preguntó la cebra, a lo mejor llevas razón y no sois tan animales. De hecho, me quedo con las hienas. Es verdad, ratificó la urraca, las hienas sólo quieren alimentarse. Y cerró la serpiente: Pues sí, os queda muchísimo para llegar a ser animales como el resto. Suerte en el intento.

Así iban avanzando una urraca, una serpiente, una cebra, y una sonriente persona, sabedora que era la más evolucionada da todas las criaturas.

PERDÓN, PERDÓN, PERDÓN. Me ha vuelto a pasar. Me he sentado a escribir sobre el león triste, que espera desde hace un par o tres de entradas de blog a dar a conocer su historia. Pero según he empezado, y me he dado cuenta de que parecía el comienzo de un chiste, pues nada, que mis dedos se han vuelto a independizar y me he convertido en el primer lector de la historia que acabáis de leer. Así que, como no estaba ni preparada ni pensada, pues me da la impresión de que no tiene moraleja… ¿O sí,? ¿Qué creéis? Me encantará conocer vuestra opinión. Gracias.

Besos y besas a todas y todos.

Anuncio publicitario

Feo, el pato feliz /Coaching Social (Porción V):

Coaching Social: Ese desconocido que puede hacer tanto por ti  (Si lo prefieres a dedicarte a odiar a los demás).

Paseaba la mamá pata seguida de sus hijos patos. Los patos eran más patosos que la pata porque las patas de los patos eran más cortas que las patas de la pata. Pero daba igual. Iban todos muy felices, la pata y los  patos (el hecho real de que en la última puesta, de todos los huevos hubiesen salido patos y no patas, me viene genial para no liar más la narración: Pata igual a mamá, patos, igual a crías). Sin embargo, uno de los patos irradiaba una felicidad aún mayor, llena de luz propia, «multibrillante» como el aprobado de un hijo (por la felicidad del crío, por tu propio orgullo y porque te ahorras una pasta en profesores particulares). Este pato especialmente feliz caminaba en última posición. Mientras sus hermanos fijaban la mirada en la cola del de delante para no perderse, nuestro protagonista (hala, ya lo he dicho. No aguantaba más el secreto. Tenía que contarlo, sí este pato es el protagonista de nuestro cuento), perdía su mirada en dos direcciones opuestas: hacia las copas más altas de los árboles más lejanos, y hacia lo más profundo de su interior. ¡Feo! Oyó gritar el pato. ¿Sí mamá?, date prisa que te estás retrasando mucho. Vale, mamá. Efectivamente, nuestro amigo era un pato muy feo, y se llamaba Feo. Claro que no desde siempre. Al nacer, su mamá le puso Patouvecé, como un legendario ánade, que se supone había logrado habitar en los hogares de muchas personas. Pero sus hermanos, al ver desde el principio lo feo que era, le empezaron a insultar llamándole feo. Claro que no lo lograron. Lo de insultarle digo. Porque no hay insulto sin ofensa, y al todavía llamado Patouvecé, no le molestaba lo más mínimo que le llamasen feo. Un día se lo dijo a su mamá y a todos sus hermanos. Si soy feo, y todos me llamáis feo… ¿Por qué no me quedo con el nombre de Patito Feo? Seguro que no hay nadie, ni ahora ni nunca, que se haya llamado así. Feo demostraba así su gran personalidad (y también su gran ignorancia literaria). Después de una rápida negociación familiar, decidieron quitar lo de Patito, que sonaba muy cursi y así pasó a llamarse sencillamente Feo.

Durante un tiempo, sus hermanos probaron todo tipo de insultos, desde el derecho que les otorga el pensar que quien es diferente, piensa distinto, su bandera tiene más o menos estrellas, o no vive según las normas del grupo, debe ser cuanto menos insultado ya que no despreciado, que eso de despreciar así a alguien, aún sin conocerlo, sólo porque sienta de una forma distinta los colores (y no lo digo por los daltónicos) es, por desgracia para ellos, más humano que ornitológico. Así que siguieron diciéndole «horroroso», «repugnante», «desagradable», hasta «asimétrico» llegaron a llamarle aunque sin saber qué significaba. Feo siempre decía: pues no sé si soy eso o no a vuestros ojos, pero yo estoy a gusto con cómo soy. La verdad es que no tenía mucho mérito que a Feo le resbalasen los insultos, dada la composición de su plumaje que rechaza el agua impermeabilizándole y permitiéndoles su vida en el lago. El caso es que pasado cierto tiempo, los patos se cansaron de meterse con su hermano y le aceptaron tal y como era para ellos, o sea, feo.

Cierto día en que  Feo y su familia reposaban en una orilla del lago, llegaron una nutria y un oso hormiguero (ya sé que tendría que escribir «la» nutria y «el» oso hormiguero, pero hay quien no sigue este blog y no sabe que son «habituales»), y Feo se acercó a ellos, ávido de conocer «gente» nueva. Hola, soy Feo. Y yo también y no lo voy diciendo por ahí, confesó el oso hormiguero. No, es que además de serlo, yo me llamo Feo. ¡Anda! Exclamo la nutria, vas de coherente por la vida. Lo intento, dijo Feo. Lo intentas pero no lo consigues, objetó la nutria. ¿Por qué dices eso?, preguntó Feo intrigado. Porque, aunque te llames Feo, no eres feo. Estéticamente eres de lo más normal «para ser una cría de cisne». ¡Toma spoiler! Exclamó el oso hormiguero. ¿Qué tome qué? Preguntó Feo, que no sabía lo que era un spoiler, ni que él mismo era un cisne. No, nada, siguió el plantígrado, sencillamente, que eres un cisne, que para ser cisne no eres feo, y que cuando seas mayor serás un cisne precioso. Feo estuvo a punto de exclamarlo, pero prefirió sólo pensarlo con fuerza: «No me jodas», y decir en cambio: «qué fastidio». La nutria y el oso hormiguero se miraron extrañados y Feo siguió hablando, despacio mientras iba equilibrando las informaciones que recibía de su cerebro y de su órgano emisor de sensaciones y sentimientos (no sé cómo se llama en los patos ni en los cisnes), y dijo: os voy a pedir un favor. No le digáis a nadie que yo soy un cisne. Me gusta ser como soy. El sentirme más feo que los demás me ha ayudado a conformar mi personalidad, a ver el mundo desde una perspectiva mágica en la que me siento feliz. El oso hormiguero le dijo sonriente: Pues no habrás leído «El Patito Feo», pero a Echeverría o alguno de esos seguro que sí: ¿Qué, dijo Feo? No, nada, respondió la nutria, que no te preocupes que de nuestra boca no va a salir nada que te perjudique. Pero por curiosidad, ¿qué harás cuando se te note que eres un cisne? Seguir siendo feliz, dijo Feo. ¿Y cómo? Preguntaron a la vez sus dos nuevos amigos. ¿Cómo?… Feo pensó un instante y respondió muy feliz: ¡Buena pregunta! Y con un alegre y cariñoso Cuac, se alejó nadando hacia su familia.

Vale, lo confieso. No era exactamente esto lo que quería escribir cuando empecé. Pero es lo que me ha salido. Así que si no os importa, os dejo que me contéis las posibles moralejas en vuestros comentarios. Gracias por adelantado.

La nutria resentida 2 /Coaching Social (Porción IV):

Coaching Social: Ese desconocido que puede hacer tanto por ti  (Si no te es más cómodo odiar a tu ex lo que sea, por lo que sea que te hizo).

Teníamos una cuestión pendiente: ¿Qué hacemos con nuestra amiga la nutria? (ver entrada anterior) Evidentemente nosotros nada ya que somos simples (o complejos, allá cada cual) espectadores de la historia. Sin embargo tenemos al oso hormiguero aguantando gritos.

Pero recordemos dónde nos quedamos: Una reunión de animales variados, preocupados por la tristeza en la que ha caído un león. Apartados de todos ellos, una nutria (la nutria cenutria, según Mar, mi hermana putativa). Está nutria es presa del resentimiento hacia un amigo que, según ella, había prometido acompañarla a la reunión. Es tal su grado de ofuscamiento, que no le permite incorporarse al encuentro faunístico. Aquí fue cuando tuve que cortar la narración con estas palabras:

Pero para que os entretengáis pensando un rato (si os apetece), os dejo una cuestión filosófica, práctica y social: ¿Qué le dirías a la nutria? ¿Cómo la ayudarías a salir del estado de cabreo total en que se encuentra? ¿Cuál sería tu estrategia?

Así que el oso hormiguero, que como recordaréis estaba a su lado muy preocupado, le comentó ¿Entonces tu amigo el nutrio te prometió que iba a venir hoy?. Sí, dijo en voz alta la nutria, siendo capaz, poco a poco, de tranquilizarse y dejar de gritar (lo que agradecieron unos conejos que tenía la madriguera muy cerca y estaban intentando echarse una siesta). Siempre me deja tirada. ¿Siempre? preguntó el oso hormiguero, con cara de póquer para que la nutria no notase lo extrañado que estaba. ¿Te deja siempre tirada cuando vienes aquí? No, respondió casi sin pensar la nutria. Solemos venir juntos. Pero el otro día íbamos a ir a nadar a un río detrás de la montaña, y me dejó plantada. El hormiguero, tras unos segundos, comentó así, como medio preguntando: ¿Te dejó tirada, sin darte una explicación ni nada? Casi. Por la noche me vino a ver, cojeando, porque se había hecho daño en una pata.  Entonces, lo de «siempre me hace lo mismo» ha sido hoy, y un día que se lastimó la pata… La nutria bajó algo el tono: Bueno, sí, tal vez he exagerado un poco. ¡Pero me lo había prometido! La nutria se había «venido arriba» otra vez. El plantígrado intentó calmarla: Espera, tranquila… Vamos a ver. ¿Tu amigo al que llamas el nutrio, a pesar de que no es gramaticalmente correcto, te dijo: te prometo que voy contigo a la reunión de animales? No, pero dijo que seguro que venía… o casi, respondió ella. ¿Casi? pregunto el oso hormiguero conteniendo la sonrisa para que la nutria no se sintiese molesta, ¿dijo «casi» seguro? Pues sí. ¡Y no ha venido el muy …! Vaaale, la detuvo el hormiguero al ver que empezaba de nuevo a chillar. ¿No crees que ya has insultado bastante a alguien que la única vez que te ha fallado en una cita fue porque se hizo daño en una pata y que su promesa fue «casi seguro que voy»? A la nutria se le puso cara de niña a la que han pillado con las manos en la caja de las galletas (lo que para ser un nutria es un gran esfuerzo de expresión), y dijo: «O seguro que voy, o lo intento pero no lo sé seguro…» ¡Pero él sabe que odio venir a estos sitios sola, que me siento fatal! (Increíble la capacidad de esta nutria para entrar en cabreo) Vale, vale, vale… Entonces, ¿qué te entristece y enfurece a partes iguales, el que el nutrio «haya incumplido una promesa como hace siempre», o que te sientas mal porque vas a ir sola a la reunión? Lo segundo, dijo para resumir la nutria. ¿Y qué vas a hacer entonces? preguntó el oso. Irme a casa, fue la respuesta casi automática de la nutria. Y el oso siguió: ¿Farfullando e insultando al nutrio? No, dijo la nutria. Él no tiene la culpa de que yo sea así. ¿Y si me acompañas a mí a la reunión, que tampoco me gusta ir solo?, peguntó sonriente el oso hormiguero. La nutria no dijo nada. Sólo sonrió y se fue con su nuevo amigo. Al fin y al cabo, ambos tenían curiosidad por saber por qué estaba triste el león.

 

El resentimiento sólo nos hace daño a nosotros mismos, además de impedirnos ver las situaciones desde otro punto de vista que no sea el que alimentamos con veneno (o mala leche, según cada cual). Y cuanto más tiempo pase mayor será el daño. Si vives en el resentimiento hacia algo o alguien (jefes, amigos, despido, familiares, el descenso de tu equipo a una división inferior, lo que sea) consulta a tu coach social de cabecera. Es un consejo de… bueno, es un consejo mío, que ya he vivido el gran lastre existencial que te puedes quitar de encima cuando sales del resentimiento.

Besos y besas a todas y todos.

 

La nutria resentida 1 /Coaching Social (Porción III):

Coaching Social: Ese desconocido que puede hacer tanto por ti  (Y por tu amigo, que está tan cabreado con su jefe, que no se permite disfrutar del trabajo, que le encanta).

Ya conocéis las reuniones que suelen hacer todos los animales en las fábulas, que si los habitantes de la selva, que si los de campo, o los de ciudad… ¡¡¡Pues son ciertas!!! Lo que pasa es que no hacen distingos entre ciudades o selvas, ni van todos siempre. Sólo los que ese día pueden y les apetece unas y unas risas (aunque a la hiena es a la única que se le nota, a todos los animales les encanta reír) quedan en un sitio cualquiera, el día que deciden y a la hora que les conviene. Y eso que para ellos es más fácil, dado que no tienen que contratar catering, ni ajustar agendas ni todas esas pamplinas que tanto excusan el que la especie humana se ponga de acuerdo en las cosas realmente importantes para ella, como la tontería de que millones de personas mueran de hambre al año, las guerras, etc. Yo, cuando era aún más niño, se lo discutía a mi madre (no lo de las personas, sino lo de los animales): Es imposible que se reúna un león y una gacela. El león se comería a la gacela. Y le recordaba la fábula que me había contado sobre el escorpión que pica a la rana cuando le está pasando el río:  ¿cómo has podido hacer algo así?, ahora moriremos los dos«, y que el escorpión le dice: «no he tenido elección, es mi naturaleza«. Y sin embargo, es una idea errónea. Los animales si se reúnen con frecuencia. Y lo sé con absoluta certeza porque… Bueno, da igual, ya lo contaré otro día, que desde que no me medico, hay quien no termina de fiarse de lo que cuento.

A partir de ahora, podéis seguir leyendo esto como si fuera una fábula, metáfora, parábola, o cualquier otra palabra esdrújula que os guste sabiendo que, si elimináis mis licencias literarias (que es como llamo a mis errores), el resto es tan verdad como que mi hijo es el ser más increíble del mundo.

El caso es que aquel día se respiraba preocupación en el aire (que es donde se suelen respirar las cosas). El león estaba triste. Casi todos los animales se acercaban a él para darle ánimos e intentar ayudarle de alguna manera. Pero debajo de un árbol, apartada del resto, una nutria con cara de estar muy, muy enfadada, masticaba insultos (que no voy a reproducir aquí para no herir sensibilidades, pero que el más suave era «hijo de puta»). El oso hormiguero, que pasaba por allí buscando moscas de aperitivo, se volvió al oírla y sorprendido le dijo: Ya me habían llamado eso antes, y en alguna ocasión incluso sin merecérmelo. No era a ti, masculló la nutria. Pues aquí no hay nadie más, observó el oso hormiguero. De eso se trata, medio gritó la nutria, de que el nutrio al que van dirigidos los insultos no está aquí. ¿Nutrio? Preguntó el come hormigas (oficialmente, ya que éste prefiere las moscas), ¿Se dice así? ¡Yo sí! Sentenció la nutria. Ese … … … (sustituir los puntos suspensivos por los peores insultos que vuestra sensibilidad os permita) de nutrio me prometió que vendría y ya ves, o no ves, porque, cómo lo vas a ver si no ha venido el muy … … … ¡Siempre me hace lo mismo! Su acompañante plantígrado se preocupó por lo afectada que estaba la nutria. En estas reuniones zoológicas el ambiente solía ser de alegría y felicidad. Sin embargo la nutria estaba enfadada, hasta el punto de que no podía ni incorporarse a la reunión. Así que el oso hormiguero le comentó…

Y aquí acaba la primera parte de esta historia, porque me he enrollado mucho al principio y esto se está haciendo eterno.

Pero para que os entretengáis pensando un rato (si os apetece), os dejo una cuestión filosófica, práctica y social: ¿Qué le dirías a la nutria? ¿Cómo la ayudarías a salir del estado de cabreo total en que se encuentra? ¿Cuál sería tu estrategia? Si además os apetece compartirlo, os animo a que lo publiquéis en este blog.

Yo, el blog es mío, me voy a reservar mi opinión. Pero que conste, que me quedo con la misma curiosidad que el resto por saber qué va a hacer el osos hormiguero. Sólo espero que no hable de caca, que luego la gente se molesta.

Y para los que se acuerden de que este relato empezaba con la tristeza del león, que nada, que nadie se preocupe, que también lo trataremos. El desenlace en unos días.

Besos y besas a todas y todos.

Una mosca con gustos diferentes/Coaching Social (Porción II):

Coaching Social: Ese desconocido que puede hacer tanto por ti  (Y por tu prima que acaba de dejar a su novio porque roncaba y ahora se siente culpable).

Una mosca volaba, elegante, firme, permitiendo que el sol le arrancase brillos verdes tornasolados de la piel. Bajo ella, una enorme montaña de excremento de vaca. La mosca, en un picado perfecto, que más parecía el vuelo del Barón Rojo que el de un insecto en busca de su alimento, alcanzó la superficie, abrió la trompa y succionó una gran porción de su nutritivo objetivo. Según iniciaba el ascenso, notó que su estómago rechazaba el alimento y no pudiendo mantenerlo dentro de su organismo, permitió que saliese y cayera sobre la montaña de la que había sido arrancado.

Un oso hormiguero que por allí pasaba, le preguntó. ¿Por qué rechazas las heces cuando te izas? ¿Qué?, preguntó la mosca. Que por qué vomitas la mierda que estabas comiendo, contestó el oso, mientras pensaba que cuando hablaba fino, no le entendía nadie.

La mosca le respondió que siempre comía de la parte de arriba de las bostas (también ella quería ser fina) y luego se sentía indispuesta y expulsaba todo.

El oso hormiguero, después de pensar unos segundos, le comentó: ¿Has pensado en comer de otra parte de la moñiga? A la mosca se le abría posibilidad de comer sin vomitar, por lo que es posible que no llegase a morirse de inanición, como ya sospechaba que podría pasar. Así que toda contenta, se lanzó a comer mie.., perdón, excremento de los bordes inferiores, que suelen estar más secos. Pero una vez que lo sintió dentro de su boca, todo en ella se revolvió y el resultado fue el mismo. Arrojó otra vez.

Entonces el oso hormiguero le lanzó una pregunta echeverriaicamente llamada ortogonal (aunque él no lo supiera): Perdona, mosca, pero… ¿a ti te gusta comer mierda? Los cientos de celdas de los ojos de la mosca se abrieron de tal forma que parecían una exposición de azulejos de cocina de los años sesenta. ¡No! Contestó eufórica. ¡No me gusta nada comer mierda!, por muy ecológica que sea la de vaca.

Entonces, ¿qué vas a hacer?, inquirió el oso hormiguero.

La mosca estaba confundida por su descubrimiento: No sé, contestó.

El oso hormiguero, venció la tentación de darle su opinión, y siguió preguntando. ¿Para qué comes excrementos (eligió este término porque ya había salido demasiadas veces la palabra mierda, y le gustaba cuidar la formas), si sabes que te sientan mal y además no son de tu agrado?

No lo sé, contestó pensativa la mosca. Supongo que porque todas mis hermanas y amigas son coprófagas (también quería resultar fina).

El oso siguió con su línea interrogatoria: ¿Y quién decide qué es lo que comes, tu hermanas y amigas, o tu propia conveniencia y paladar?

No, claro, llevas razón, dijo la mosca mientras pensaba que llevaba toda su corta vida haciendo el canelo.

El oso hormiguero, siguió, aunque también con algo de curiosidad por el extraño caso de la mosca verde tornasolada a la que no le gustaban las moñigas: ¿Y hay algo que creas que te podría gustar comer?

La mosca lo tenía clarísimo, así que la respuesta salió como un estallido de felicidad. ¡Los restos de las hamburguesas de comida rápida que tiran las personas!

Con gran esfuerzo, el oso hormiguero logró callar su pensamiento, ya que para él las bostas de vaca y la comida rápida humana eran la misma mierda. La mosca había encontrado su propia solución y era ella la que tenía que elegir sobre su propia vida. Así que, para asegurarse de que esta conversación no se quedase sólo en buenas intenciones, le preguntó: ¿Y entonces qué vas a hacer con esto?

La trompa de la mosca dibujaba, dentro de lo fisiológimanete posible, una sonrisa serena y esperanzada: A partir de ahora, voy a comer sólo lo que me guste, sin importarme lo que hagan o piensen las demás moscas, y así no vomitaré ni me moriré de hambre. Empiezo ahora mismo.

El oso hormiguero estaba encantado, así que decidió compartir con la mosca su secreto: A mí me pasaba lo mismo, dijo orgulloso. Odiaba las hormigas. No me gustaban ni fritas, como las hacen las personas en Colombia.

Sí, exclamó la mosca. ¿Y ahora qué comes?

Cuando el oso hormiguero respondió, la mosca ya no podía oírle. ¡Moscas!, dijo masticando, me pirran las deliciosas moscas comemierda.

Se supone que, al ser o parecer una fábula, debe tener moraleja. Así que cada cual saque la suya.

Yo propongo algunas partiendo de la base, por si alguien no se ha enterado todavía, de que el oso hormiguero, o es coach, o tiene conocimientos de las herramientas del coaching. Así que…

Moraleja 1 (Para todo el mundo): Si te pones en manos de un buen coach confiando en sus conocimientos  y técnicas, podrás cambiar la forma de ver tu vida y obtener resultados más satisfactorios en todas sus facetas.

Moraleja 2 (Para coachs): El comerte a tu coachee puede proporcionarte una momentánea sensación de bienestar, e incluso aportarte nutrientes para un día, pero es poco probable que este coachee te recomiende a sus amistades, y probablemente, si se corre la voz, estés minando la confianza del resto de las personas en los procesos de coaching.

Conclusión: El/la coach no te da soluciones, porque serían las «suyas» no las «tuyas». Sólo te acompañará en tu proceso y con sus conocimientos y técnicas, colaborará en que seas tú quien las encuentres.

 

Hasta la próxima, que será, si hemos terminado la lección II, la número III.

Besos y besas a todas y todos.

 

Divulgando, que es gerundio/Coaching Social(Porción I):

Coaching Social: Ese desconocido que puede hacer tanto por ti (Casi tanto como tú)

Una persona, escondida cobardemente bajo el pseudónimo de «MegaCoah» me envió un correo a mi blog en el que, de manera escueta (y esto hay que agradecérselo, porque hay gente muy pesada con las amenazas) me decía: «Recuerda lo que le pasó a Bruce Lee». En qué película, me pregunté yo. Hasta que recordé su prematura muerte (para la mayoría de las personas, su propia muerte siempre es prematura) y la leyenda de que había sido asesinado por unos monjes Shaolin por revelar sus secretos (en aquella época no existían los realitys y se daba mucha importancia a esas cosas). Esta clara intimidación, en vez de atemorizarme me tranquilizó. Al fin y al cabo yo no conozco ningún secreto sobre artes marciales que pueda desvelar al mundo. Pero en seguida recordé el pseudónimo: «MegaCoah». A alguien no le parece bien que hable del coaching y sé que, a partir de este momento, me estoy jugando la vida con este blog. Pero no pienso hacer caso a la coacción. Ya dejé el tabaco porque me estaba matando y no es cuestión de ir abandonando todo lo que me gusta, para seguir vivo. Así que he decidido hablar al mundo de lo que es el coaching social. Y por qué, se preguntará alguien (supongo). Pues hay un motivo acuciante, y es que quiero trabajar de ello y he descubierto que la gran mayoría de las personas que conozco fuera de este ambiente coacheríl (ale, vamos a ir también creando algo de vocabulario), no tiene ni pajolera idea de lo que es, e incluso los que sí creen que saben algo, terminan diciendo que es para hacer que los ejecutivos sean más mejores líderes y hagan ganar más dinero a sus empresas. Y claro, de dónde voy a sacar clientes si no saben lo que el coaching social puede hacer por ellos.

Como esta introducción me ha salido pelín larga, creo que por hoy os vais a tener que conformar con un solo concepto, eso sí, muy científico, sobre es coaching social, lo que es, lo que significa en el mundo hoy en día y lo que puede hacer por ti. Es el siguiente, y quiero que lo leas con detenimiento y te quedes con ello, porque es la piedra angular de este blog. El coaching social mola. Y mola mucho. Y lo que es mejor: FUNCIONA.

 

Hasta la próxima.

Besos y besas a todas y todos.

NEOCOACH

Y no neocoach como neoliberal o neoconservador, que sólo son formas de ser más conservador y aún más económicamente liberal todavía. En mi caso no he descubierto un estilo más moderno de ser coach, sino que soy nuevo, recién estrenado en esto de ser coach (tanto más social cuanto más ontológico y viceversa). Y quiero compartir contigo la sensación parecida a la de quién, al llegar el otoño, saca las prendas para el frío y siente cómo le abrigan, un poco harto ya de tanta camiseta. Bien, pues añade a esta sensación, el que la prenda que te pruebas es un jersey nuevo, suave, que te queda genial, te disimula la barriga y que es totalmente tu estilo. ¿Ya? Pues así me siento yo. Otra metáfora, que a mí me encantan, y que no es tan «blandita»: Es como ponerte una nueva piel, si tener que renunciar a la anterior como las serpientes, y que te hace sentir «vestido para cualquier ocasión». Pues lo de ser coach, después de los meses de preparación en compañía de la gente más increíble (para mí toda persona es increíble, porque me parece increíble ser persona, pero en este caso, es «increíble» con el uso común de la palabra): profesorado, coaches, alumnado (qué difícil es escribir sin caer en el masculino continuamente), increíbles ya te digo, pues una vez certificado te sientes como yo ahora mismo. Y va J. Antonio Marina y escribe en uno de sus libros para que lo lea yo esta mañana (o a lo mejor no para eso, pero da igual): «La felicidad no es un estado que se pueda buscar directamente, sino una experiencia que acompaña a la acción, una actividad». Gracias José Antonio. Por eso me siento como me siento, porque estoy haciendo, y lo que hago me produce felicidad, a pesar de que se me haya borrado antes todo el texto. Os lo aconsejo. No que se os borren 300 palabras de un escrito, sino el hacer cosas que os hagan sentir bien. Probablemente os sentiréis… pues eso, bien. ¿De acuerdo?

También soy nuevo en esto de los blogs, así que si he conseguido que te llegue, estaré encantado de leer tus comentarios.

Besos y besas a todas y todos.

Origen: NEOCOACH